El interés de Raimond al presentar esta entrevista: “Ojalá despierte algún tipo de dudas e interrogantes y ayude a la reflexión en el medio local” no pudo tener mejor eco. En un siguiente post el curador y crítico Miguel López inició un animado e interesante debate que utilizó como referente la entrevista mencionada (y que copiamos a continuación).
Debates como este nos hacen pensar en lo reflexivo que pueden llegar a ser espacios virtuales abocados al análisis del arte peruano y latinoamericano (interés que también compartimos en este espacio). En este sentido estamos totalmente de acuerdo con lo que alguna vez los chicos de
Pep Agut. Foto: Santi Cogolludo.
Hércules es la nueva exposición de Pep Agut (Terrassa, 1961) en Barcelona. Un artista de una generación que supuso un relevo frente a la eclosión de la pintura en los ochenta, recuperando las prácticas conceptuales de artistas como Muntadas, Francesc Torres o Francesc Abad. Rigor conceptual y compromiso que ha dejado profunda huella en el arte producido en
–Hércules entra en cuestiones de economía, derecho, legalidad, precio, valor, mercado...
–La legalidad vigente entra con todo su peso. El artista es una figura legal y el espacio del arte está dejando de ser el espacio público por excelencia. Y sin embargo, creo que la producción cultural ocupa el único espacio verdaderamente público que queda en occidente, porque no se construye sobre normativas cerradas: sin distinciones de género, edad, capacidad económica, se puede entrar y salir con plena libertad.
–¿Tiene que ver su contrato con la devaluación del arte?
–No se trata de una pieza sólo sobre la devaluación, también sobre la plusvalía. La plusvalía es un aumento de valor que se obtiene sin hacer nada, y en cambio en arte el valor depende de la acción. Plusvalía es un término económico opuesto al de producción cultural. Por eso es importante que el contrato estipule una norma legal cerrada por la cual está completamente garantizada la devaluación económica de la pieza.
Desde el compromiso
–Un contrato real y legal.
–Sí. Lo ha elaborado el bufete de abogados Enric&Enrich. No es la estetización, ni la representación de un contrato. Entre otras reglas, estipula que el coleccionista tiene que aceptar la apertura completa de los derechos de explotación de la pieza, que quedan a disposición del público para que haga lo que quiera. Por eso tenía que ser real. Además no podía ser de otra forma, después de tantos años defendiendo la necesidad de un compromiso auténtico en arte, no podía caer en la trampa de construir un espacio de juego en el que los compromisos se venden. Habría sido fácil transportar una parte de la realidad y entrar en ese juego de ficción que ha conseguido imponer el capitalismo; implicaría contribuir a hacer del espacio del arte algo inofensivo.
–Habla de abogados, de contratos, ¿no lleva eso mucho tiempo?
–No es una ocurrencia de un día. Ha llevado años de trabajo y la implicación de muchas personas para que todo encajase. Nada que ver con todo eso tan tonto y a la moda de la implicación de medios y demás. No era fácil combatir la idea aurática de original y las leyes que la amparan, ni redactar el propio texto, ni hablar, insisto, del papel de artista, que no es el mismo que el papel de la asociación de artistas, etc.
–¿Reivindica el espacio del artista y del arte y hace una crítica al actual sistema de las artes?
–Y a mi propia condena a usarlo. Por contrato, tengo que asumir determinados compromisos porque ese contrato acota la identidad del artista en el espacio económico y de valores de cambio en el que se ha convertido el arte, pero también, acota la identidad del coleccionista y media para arruinar ese proceso mercantil que está contribuyendo a la ruina cultural.
–Usted queda expuesto, de hecho se exponía, literalmente, durante la performance de la inauguración.
–Toda práctica artística parte de la iniciativa de alguien que está dispuesto, o desea, cierto exhibicionismo.
–Y correr riesgos...
–Desgraciadamente, tal y como se entiende hoy la producción cultural, comprometerse es un trabajo hercúleo. El sistema consigue liquidar el valor de nuestra acción cultural y política (si es que son cosas distintas), de nuestro compromiso.
–¿Rigor y compromiso han sido siempre premisas de su trabajo?
–Los procesos de estetización, de pérdida de contenido, implicación y compromiso que han sufrido las prácticas artísticas han llegado a hacer del rigor una cuestión de proceso técnico. El rigor garantiza la calidad cuando en realidad debería ser la base de una toma de posición ética. Un discurso estético puede crecer solamente sobre una posición ética.
–Pero parece que el arte está alejado de la realidad: no participa de una discusión pública.
–El del arte es hoy por hoy un mundillo absorbido por el mercado que ha encontrado en él un altavoz fundamental para la expansión del sistema.
Desde el sentido del humor
–¿De ahí lo hercúleo del título?
–El fracaso de la misión está garantizado de antemano: combatir ese sistema es un trabajo imposible.
–Que lo entienda como una misión fracasada implica que hay mucho sentido del humor en ello.
–Puedo ser muy tedioso y muy serio. Pero es que el sentido del humor se confunde con una cosa vaga. Antiguamente hablar del humor era hablar del estado de salud de alguien: sus humores. El sentido del humor es la distancia que puedes tomar frente a ti mismo y la situación que te afecta. Es reírse de uno mismo y de los otros. No tiene que ver con hacer gracia. Puedes ver mi exposición con una sonrisa en la boca o con cara de enfado. Pero no renuncio a mis alusiones pedantes para unos, cultas para otros. Me coloco delante de un cuadro negro, que se refiere a Malevich, pero también es el cuadrado negro de esta ciudad... Un engaño, ése es nuestro legado cultural.
–Hablando de Barcelona: su trabajo se relaciona con una tradición conceptual y marca una línea posterior de trabajos desarrollados aquí.
–Después de mi exposición en el MACBA en 2000 creo que quedé apartado, en cierto sentido, de la escena local y ya no soy tan deudor de ella. Soy una especie de outsider. Si gozo de algún respeto por parte de los demás viene de esa independencia. Ahora bien, sigo de cerca el trabajo de algunos artistas muy jóvenes, tengo mi compromiso con ellos y una gran voluntad de debate. Pero, con mis compañeros de generación, en estos últimos años, se ha perdido la solidaridad y la colaboración. Es un error semejante a la generación precedente de los conceptuales históricos, asumiendo papeles también de outsiders y francotiradores. Seguro que sería preferible decir lo contrario, pero mentiría. Por eso me he acercado a artistas generacionalmente muy distantes y con sensibilidades muy distintas, pero con muchas posibilidades de diálogo e ilusión.
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