10.1.08

LOS DILEMAS DE LA DIVERSIDAD EN LAS POLÍTICAS CULTURALES

A continuación un texto del artista visual Guillermo Valdizán Guerrero, colaborador permanente de este espacio, quien hace una reflexión sobre la dimensión de las políticas culturales en el Perú.

LOS DILEMAS DE LA DIVERSIDAD EN LAS POLÍTICAS CULTURALES
(o cómo sabernos plurales sin hacernos desiguales)

Por: Guillermo Valdizán Guerrero

La dimensión cultural dentro de las perspectivas de desarrollo social es, hoy por hoy, uno de los temas contemporáneos más importantes en las discusiones políticas y económicas a nivel regional en América Latina, y específicamente en el Perú. Su estela se percibe desde el debate público sobre la venta de Wong a capitales chilenos, pasando por el uso y sentido de los espacios urbanos y rurales, hasta las tensiones entre el SUTEP y el gobierno aprista respecto a las perspectivas de la educación nacional y lo derechos sindicales.

En ese sentido, cultura es un concepto que nombra una amplitud de prácticas, cuya diversidad es una de sus principales características, basada en conflictiva influencias por crear o disputar poder. Desde el Estado Peruano, esta dimensión cultural se define en planes nacionales de políticas culturales y organismos institucionales a los cuales se les delega su realización y monitoreo, a nivel nacional, regional y local. Todas ellas nos muestran las tensiones y perspectivas de intereses de sectores hegemónicos, los cuales buscan establecer una orientación al diálogo que implica dicha diversidad, reduciéndola a prácticas homogeneizadoras frente a los intereses de grupos sociales no hegemónicos.

Es de aquí donde partió una tendencia dentro de las políticas culturales a nivel internacional, que hoy parece estar de vuelta. El dogma liberal planteaba en 1951 desde las Naciones Unidas que la interculturalidad estaba contrapuesta al desarrollo de las naciones puesto que: Hay un sentido en el que el progreso económico acelerado es imposible sin ajustes dolorosos. Las filosofías ancestrales deben ser erradicadas; las viejas instituciones sociales tienen que desintegrarse; los lazos de casta, credo y raza deben romperse; y grandes masas de personas incapaces de seguir el ritmo del progreso deberán ver frustradas sus expectativas de una vida cómoda. Muy pocas comunidades están dispuestas a pagar el precio del progreso económico. He aquí la clara presencia de un pensamiento uniformador y evolucionista que se centraba en el desarrollo económico capitalista como eje del desarrollo social.

Posteriormente, entre los 70s y 80s con el desarrollo de enfoques que visibilizaron tanto la dependencia como la colonialidad de América Latina, empieza a erosionar este paradigma, construyéndose la idea de “la cultura como factor estratégico en una mirada integral de desarrollo”. Pero es recién entre 1988 y 1997 que se afirma la idea de la cultura no como un factor estratégico sino como el fin mismo del desarrollo social, en el documento llamado “Nuestra Diversidad Creativa” planteada por la UNESCO y que sirve hasta la actualidad como guía de las políticas culturales de los países de nuestra región. Para ello es necesario comprender al desarrollo “la realización de la existencia humana en todas sus formas y en toda su plenitud”[1].

En la actualidad es necesario seguir discutiendo la dimensión cultural como fin del desarrollo social. Con la emergencia de luchas de políticas identitarias dentro de un espectro más amplio, entre el debacle de las democracias representativas y nuevas experiencias de democracias participativas en países donde los estado-nación fueron comunidades imaginadas por el poder hegemónico de una modernidad capitalista, con todo ello es necesario seguir abriendo la discusión.

Existe una mirada que plantea la diversidad como la tolerancia individual, enemiga del “paternalismo” frente a los marginados y excluidos del sistema estatal, cuyo espacio ideal de crecimiento social y personal se haya en el mercado. Hoy en el Perú es casi un sentido común que la inversión extranjera es la única vía posible de desarrollo. En ese sentido la dimensión cultural se centra en la tolerancia de la diferencia pero no en la promoción de la misma, menos aún en la interacción entre ambas puesto que ello implica asumir las desigualdades estructurales de clase, género, etnia, etc., que componen a distintos grupos en una sociedad.

Así, las políticas culturales siguen partiendo de la idea de una diversidad en la desigualdad, donde todas aquellas iniciativas que surgen desde fuera del poder o que no tienen como dogma el mercado son enemigas del progreso (gráfico resulta en el Perú la lógica de moda del “perro de hortelano” planteada por el propio Presidente de la República). Es cuando late la censura, cuando la representación se vuelve un espacio de jerarquías más que un ejercicio ciudadano y la identidad se asume como parte de la mercancía. Un ejemplo claro es la orientación conservacionista del Instituto Nacional de Cultura, centrado más en la generación política de una identidad nacional basada en nuestras culturas ancestrales (discurso que se ampara en el imaginario del Perú como el paraíso perdido, la gran civilización del pasado), pero sin conectarla a proyectos que permitan vincular otras narrativas sobre nuestro pasado, viendo de manera fragmentada la conservación del patrimonio cultural y los proyectos educativos a nivel nacional, sin promocionar las necesidades y expectativas de las culturas vivas.[2]

En un próximo artículo se planteará cuáles son algunas experiencias en Lima que en la actualidad están generando una discusión práctica frente al tema en cuestión y que surgen desde abajo, en entornos barriales.

[1] Extraído del Informe “Nuestra Diversidad Creativa” colgado en la página http://www.oas.org/udse/espanol/documentos/1hub6.doc

[2] Esto se puede evaluar en los “Lineamientos y Programas de Política Cultural en el Perú 2003-2006”: http://www.oas.org/udse/observatorio/english/documentos/pol%C3%ADticasculturalesperu.doc

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